Las cosas

Joan Didion y Catherine Millet están sobre la mesa de mi sala, acompañadas que una taza de café que me tocó recalentar aún gustándome el café más bien frío. También está mi diario nuevo, lo dejé afuera en la lluvia y ahora tiene la calidad del papel seco que estuvo mojado. Sigo meditando si comprar uno nuevo o no, no es una decisión tan fácil, no es un objeto desechable y aún así mi ejercicio de estos días ha sido botar en bolsas de basura todos los objetos que creo "no desechables".
No hacer un ritual, no enterrarlos, si no, desecharlos unglamorously en la basura y luego en la calle.
Me doy cuenta de cómo me he llenado de objetos que contienen partes de mi, partes de otras personas, experiencias. Supongo que cuando estaba más pequeña me hacían sentir menos sola, me daban la sensación de haber vivido, un testigo que afirmaba con la cabeza cada que me cuestionaba si había vivido realmente. Ahora, -la mayoría- es tan solo basura colgada, pegada, cadáveres que nunca revivirán. Otra lección ha sido, sorprendentemente, que lo muerto si bien se transforma, nunca vuelve a la vida. Lo que murió nunca tocará a mi puerta y me dirá: "Hola, como estás de bonita, te he extrañado". Son cosas que uno cree tan obvias, tan racionales que las da por "creídas" y a la hora de la verdad son espejismos sin fondo. 

Estoy escuchando Joan Baez, contemplando si según lo que acabo de escribir debería -quiero- comprar otro diario. Supongo que puedo, pero no tengo el dinero, o lo tengo pero prefiero salir a comer o tomar con ese dinero. Después de todo, el papel aún contiene la tinta, pasa la pagina -pasivamente- pero pasa las paginas. Cumple su función. También tengo a Robert Mapplethorpe con una escopeta -¿o una ametralladora?- a mi hombro derecho.

“¿Por qué te rodeas de cosas y personas muertas?” me preguntó un día mi terapeuta. Nunca pensé en esas personas como personas muertas, simplemente son personas que admiro que coincidencialmente han muerto. ¿Por qué no te rodeas de vida? "siembra algo" "si pones algo dentro de la tierra que esta muerto es un entierro no una siembra". 

Aveces cuando escribo -por pura culpa- pienso en Flannery O'Connor. En la espalda tatuada con el rostro de Jesús. Me da culpa no escribir mejor, no escribir cosas nuevas, volver siempre a la tierra y a la sangre. No lo puedo evitar. Pienso en Flannery porque en su vida escandalosamente católica sus cuentos, su escritura era el único lugar en el que podía expresar el terror inminente, el disfrute y placer en él. Para mi, aunque podría tener otros lugares para poner esas cosas -que también soy yo- la escritura es el lugar adecuado, porque: "importa donde se ponen las cosas".


Las cosas no solo se ponen en un lugar porque si, ¿por qué pondría la imagen de Michel Poiccard mirando a Patricia Franchini a través del espejo en mi baño? o la imagen de Cecilia Lisbon sobre mi cama. ¿Es eso lo que quiero? ¿un asesino que me trate horrible y me diga estúpida; ser una mujer suicida?

Las cosas importan, la materialización del espíritu, su decodificación, cómo se juega el juego, la virtualidad de la ilusión, la vida importa. Por eso aveces, lo más sabio es coger una bolsa de basura y desechar todo lo muerto, todo lo que no contenga, así sea en un porcentaje pequeño, vida.





Comentarios