Pata de conejo
Aveces me gustaría poder escribir sobre el amor, todo lo que sé, todo lo que he sentido. Me parece pretencioso porque estoy segura que la única razón por la que se escribe -en absoluto- es el amor: por las personas, las cosas, los lugares. Creo que he sido diseñada especialmente para amar. Estoy obsesionada con amar y ser amada. Hoy caminaba en piyama por mi barrio mientras le daba una vuelta a Courtney Love, usando un pantalón largo de algodón de rayas verdes y blancas verticales, un suéter Ralph Lauren blanco de hombre, sandalias negras y mis gafas Marc Jacobs. Mientras caminábamos me pregunté por qué no podía dejar de pensar en el último hombre que amé. La respuesta fue simple: "porque realmente lo amé". Además, sabe amar y ser amado, no todo el mundo puede decir eso. Dejarse amar es tan importante como saber amar.
El fin de semana fui a una fiesta en la calle, un "simulacro decembrino". Como siempre antes de salir me puse mi amuleto: Una cadena Vivienne Westwood con una moneda dorada con un conejo en una cara y el Buda en la otra. Mi pata de conejo de la suerte, la navaja que me regalo mi papá, y su última adición: un anillo de plata. La fiesta fue escandalosa y grande, habían por lo menos 200 personas y todos estábamos borrachos. En la madrugada, aún en la mitad de la fiesta me di cuenta que perdí mi pata de conejo. Me senté en una montaña de bolsos, abrigos y patinetas en el suelo y contemple el colgante plateado vacío. Decidí en ese momento que ya me había protegido de algo y que no quedaba más que salir adelante sin él.
Al otro día, el hombre que me ama y sabe ser amado me envió un mensaje, como no lo hacía hace semanas desde nuestra separación. El mensaje me informaba que había encontrado mi pata de conejo. Estaba sucia, pisada, rota. Se le veían los huesos expuestos. Fue un momento surreal pensar que de todas las personas mi pata se le haya revelado a él y que por consiguiente también lo haya protegido de algo, hasta quedar en ruinas. Los restos de mi amuleto duermen enterrados en una maceta de barro con tierra que no contiene ninguna planta, espero que dentro de poco nazca de esa maceta un conejito blanco y hermoso. El hijo que él y yo nunca tendremos juntos.
Mis sentimientos, ya muchas veces mencionados aquí, son profundos y fuertes, y -lamentablemente- soy adicta a ellos, nada en mi humanidad ni existencia me produce tanta maravilla como mi capacidad de sentir. Mis sentimientos son los hijos que nunca tendré, mi legado y mi única fortuna. Lo único que le pido a Dios en la noche -porque bien sabe que ya todo me lo ha dado- son personas que me amen y quieran ser amadas por mi. Es un veneno, más que una gracia. O tal vez el acto de servicio es que al inyectárselo -el amor- a ellos yo no me embriago y me ahogo en él. Un hombre que amé me dijo una noche en la cama que era una serpiente y que envenenaba a todo al que mordía. Lloré, pues me pareció un comentario grosero y de poco gusto y elegancia. Me pareció tonto e infantil. No soy una criatura maliciosa, soy más bien como las plagas que invaden los bosques, soy una temporada alta de conejos; y amar, depositar mi amor en alguien -como un bebé- es lo único que se puede hacer para controlarla.
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