Día de velitas/ Ectoplasma
Aveces uno no sabe si se esta volviendo loco o si por el contrario está haciendo un descubrimiento, algo tan nuevo, virgen y honesto. La mayoría de veces la gente dice cosas y no importa lo que dicen, y no importa que no se les entienda porque no nos importa saber. Pero de vez en cuando, hay una persona que queremos que nos lo diga todo, pero más que lo que dice, queremos tener, saber lo que no dice, todo lo que no sabe explicar, todo aquello en la mitad de la locura y el descubrimiento, aveces queremos que esa persona abra su cabeza y diseque para nosotros esos pensamientos que ni ellos entienden, lo menos lógico, lo más salvaje. Empecé a pensar todo esto mientras escuchaba a Hayao Miyazaki hablar de su amigo muerto Takahata, Miyazaki dijo que después de morir, Takahata se convirtió en un Dios del trueno, y lo empezó a ver en su casa... nunca logro que Takahata le abriera su cabeza y le dijera todo lo que él quería saber, lo que los separaba y aún así como una mano invisible, ectoplasma mudo expresa todo lo que no se dice. Mientras escuchaba esto, sobe mi libro de William S. Burroughs, le sobe las paginas que no se entregan a mi, las letras que patalean al entrar en mi y no pude evitar preguntarle ¿cuándo se iba a entregar a mi?. Este anhelo sucede con amantes, amigos, conocidos, desconocidos. Sin razón más que -tal vez- en lo innombrable exista un elixir de vida algo que untarnos mientras nos morimos. Ayer salí a un lugar lleno de gente, todo en la calle, día de velitas. Tuve tantas conversaciones y no me acuerdo de ninguna, porque no me interesaba lo que me estaban diciendo, me interesaba lo que no me estaban diciendo, lo que ignoran por el vertigo de no saberlo poner en palabras. Vi, como si fuera una foto, la radiografía de mi generación. Nuestros miedos y nuestros sueños y como andamos por la vida sedientos de nuestra aprobación. Fue profundamente enternecedor, humanizante. Y por primera vez, por más incomoda que me sintiera, también fui parte de un momento histórico, psíquico, algo que todos recordaremos en la vejez: cómo se sentía ser joven y tener miedo del futuro en una noche en el centro de Medellín. Me pareció honesto, me parecí honesta. Con mi gorra de Jesus crucificado caminando como si tuviera piernas de agua y manos de acero, poniéndome la gorra en la cara, un gesto que comunicaba incredulidad por sentir lo que sentía (una piscina de alcohol por dentro) y estar donde estaba. No en la ciudad, no en el mundo, si no en el tiempo y el espacio. No odie a nadie, no nos juzgue, fue como estar reunidos en un claro de agua mirando a través del espejo quiénes somos y como encajamos tan perfectamente en la vida del otro, como somos tan puros y transparentes que el miedo nos repele. Y sentada en una acera cochina me puse las manos en la cabeza, y por un segundo trate de ver el ectoplasma podrido de Burroughs, el ectoplasma trueno de Miyazaki y el ectoplasma del espíritu de mi generación.
Envigado, Antioquia.
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